Las identidades se han vuelto más complejas, y los seres más
perplejos, ante avalanchas identitarias que, a veces, no comprenden y producen
más pesar que placer, más estupor que certeza. La identidad moderna es una
cicatriz, que duele y a la vez golpea; que nos inunda como lava de un volcán
desatado y loco; que nos muerde y gasta la carne. Ya no importa qué somos, sino
de dónde somos. Pero no está claro de dónde es ese dónde, quizá porque no sea
don.
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