martes, 9 de septiembre de 2025

¿Por qué leer?

Fotografía: José Ángel Hernández 


Sé muy pocas cosas, es verdad. A fuerza de rumiar mis equivocaciones, constato que apenas me quedan certezas. Pero hay una que remanece siempre: sin reflexión, sin pensamiento, sin utilizar las propias neuronas para algo más que los automatismos y los reflejos propios de determinadas áreas cerebrales, ¿qué somos? Puesto que la inteligencia es sentiente y se fundamenta en unas circunstancias, en un momento histórico, en un lenguaje… puedo decir que existo, luego quizás piense. Puedo leer, puedo dialogar con mis lecturas, rebatir o añadir matices.

La lectura, evidentemente, puede despertar e incentivar el pensamiento, sustentarlo, dotarlo de herramientas conceptuales, de sutilezas que permiten un uso preciso del lenguaje… No obstante, dependerá del tipo de lectura que se realice, es decir, como en el lenguaje oral, de nuestra actitud. De poco sirve oír sin escuchar, sin ánimo de comprender, de asimilar, de ir pergeñando nuestra respuesta. 

La escucha es activa. Antes de llegar a hablar en un idioma, recibimos con atención sus sonidos, sus palabras, su sintaxis… De igual manera, no basta con loar la lectura. Para aquilatar sus diversas funciones, conviene preguntarnos qué leemos y especialmente cómo. La imprenta nació al servicio de dogmas tradicionales. La propia ilustración derivó en razón de dominio. En la llamada era de la información -prematura Arcadia de ilusos- tendemos a buscar lo que confirma nuestra perspectiva, nuestros intereses; las redes evidencian afinidades, como es lógico. Pero, en el marco de esa lógica, ¿qué diálogo? ¿qué enriquecimiento? ¿qué avance? Si hubiésemos evitado siempre las contradicciones, incluidas las propias, seguiríamos en la época de los mitos de origen, o en otra anterior. 

Una lectura activa cuestiona aquello que se está leyendo y, en el mejor de los casos, las propias concepciones. De ahí la sensación de no salir indemnes de ciertas lecturas, de haber crecido a costa de un cierto desmoronamiento de algo que nos constituía o sustentaba. No reivindico exclusivamente este tipo de lectura. Todas las funciones que esta actividad desarrolla tienen su sentido (distracción, placer estético, transmisión cultural…); de hecho, en las grandes obras suelen darse conjuntamente. Cualquiera que sea el género en que se dé, la aportación de la palabra escrita a la mirada de una época -o del porvenir-, es un valor tan importante como sus propuestas en el plano formal…

Sin “atrevernos a saber”, sin cuestionarnos la realidad y nuestras propias concepciones, incluso la alfabetización deviene poco menos que inane. Cuando interpretamos la realidad para confirmarnos, en lugar de intentar analizarla en profundidad, no necesitamos ver incluida nuestra propia mirada en el análisis. Así, la calma de las verdades establecidas y por establecer acaba oliendo como el agua que deja de fluir.


José Ángel Hernández 

(Fragmento de Pespuntes,

ensayo inédito)

El Catllar, diciembre de 2020




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