miércoles, 28 de julio de 2010

EL POETA RAINER MARIA RILKE SE ASOMA AL TAJO DE RONDA


Era una tarde con aire
azul mineral
y algunos leves cirros cuyas formas agudas
llamaban al cincel y al pensamiento.
Intuía el poeta
la hondura de un canto lejano,
más allá del sinsabor de ese febrero
de lija eficiente como un poso de herrumbre.
Pensar, pensaba Rilke, que el alma en aflicción
es así domeñada por vástagos -los hijos, las obras-
fieros y dulces que al vivir la encarcelan,
y que cada suavidad, al tiempo que acoge,
esconde una razón de amor más difícil
y oscuro; pensar
que esta serranía donde el vértigo mora
muy a duras penas abriga el aliento
de la tez marismeña o las atlánticas playas,
bálsamo volandero que quizá con su sal
también habría de escocer como un beso.
Pensar que allí, en tal filo señero, tantas veces
se habrían incendiado los ojos
de los amantes del ocaso, bien plenos
y alegres y sencillos y puros.
Pensar, lloraba Rilke,
que Andalucía era ese tajo en recóndita raya
del alma, una tierra grande –igual de grande
que el dolor más inmenso-
donde, sin asestarse la muerte porque no lo merece,
hallar el descanso crucial como un signo:
siempre son un don nacer y extinguirse,
nunca algo conminado, tampoco en esta patria
aérea.
             Aquella tarde fría,
las aves revolaban dando gracias al cielo
jaspeado de blanco y encendido carmín.




VIOLETAS DEL SOLDADO



Violetas en el terrado; el añil
apagando la tarde en las palmeras
mientras llega el invierno; las ringleras
de los días como un asunto vil…

He mirado pasar las primaveras
ajándose mi vida en el pretil
de un puente turbulento o un atril
de música donada en las trincheras.


Porque yo lucharé, me repetía.
Con el canto en los labios, cada noche
los astros miraré por mi veranda.

Y así, revolución y poesía
fueron vaciándome en derroche
con mi gorra de dril y quien me manda.

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