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Fotografía: Juan Antonio Hernández |
Alguien se me queja de que le han prohibido el glifosato. Le digo que es cancerígeno. Creo que no me escucha.
Me cuentan que unos preadolescentes hablan sobre la mili. "Ojalá volvieran a ponerla, así nos enseñarían a disparar".
Las encuestas parece que indican un crecimiento del voto juvenil a la ultraderecha.
Todo se puede analizar, pero hoy diría:
Cómete solo tus tomates. Apúntate tú donde te enseñen a disparar.
El problema es la tercera cuestión. Si las políticas de los Trump, los Milei, los Bolsonaro, etc. afectasen únicamente a sus votantes, con su lucidez se lo coman, pero las padecemos todos.
Hay otra juventud: la que piensa, la que conoce sus derechos, la que sabe discernir y canaliza sus energías con criterio propio. Unos cuantos pueden hacer mucho ruido si disponen de medios (hoy no les faltan), sembrar odio donde hay dolor, instrumentalizar en lugar de ayudar.
La mayoría de la juventud quizá tenga dudas, quizá esté desencantada, quizá no se sienta representada, pero creo que no se deja embaucar fácilmente.
En la fotografía, el lugar donde jugábamos de pequeños los niños de un barrio de trabajadores: la escombrera. En el caserío que se ve al fondo, vi un día a un niño sentado ante un caballete, pintando el paisaje. ¡Qué suerte!, pensé. Hoy, en nuestra sociedad, la mayoría de los niños podrían pintar sobre lienzo.
Según las encuestas, en España disponen de móvil propio a los nueve años, de media.
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