domingo, 26 de septiembre de 2010

Indescriptible entre sus ojos deja
la voz del agua su gemir tan breve.
Sonríe y habla. Sin palabras deja
su ser cansado en la desnuda sala
sobre los rombos de la noche. Finge
detrás de la vidriera un sol doliente.
El rostro encuentra en su mirar su rostro,
y me observa cercana, con la fuerza
de una belleza extraña que despoja
sus pómulos de fruta, y enardecen
su corazón tan joven. En el azul
de la pared habita la memoria
fugaz de un tiempo y la veloz presencia
de quien no escapa de sus garras. Luego
en la ebriedad de un tiempo prometido
espera, casi ausente, quien envía
a negociar palabras doloridas.
Todo vendrá, como se vuelve el día
hasta la luz primera. La ilusoria
paloma de la tarde desconfía,
y en el fondo del tiempo hay una queja
breve y secreta, un dolor ausente
de callado silencio, un fiel deseo
de amor en esa mano y en la espera
de la copa de fuego que te invita
(con el secreto de la noche fría)
a beber en sus labios nuevamente.












No tengo miedo.
Las cosas suceden
de la forma más simple:
vamos subiendo hasta la cima
y una luz apagada
nos enciende los ojos
y nos recibe entre sus manos.
No hay miedo de seguir
en el origen del camino.
Los colores del alba
envuelven nuestros labios.
Un temblor de luna antigua
nos ilumina la memoria.









Voy a volver al tiempo
que no descansa,
donde
alzas en los ojos
la mirada que asciende
por las aristas de los días.
Las libélulas llegan.
El vuelo de sus alas
nos desvelan la noche.
Tiempo que no retorna.





1 comentario:

  1. Gracias, amigo José María. En tus palabras:
    "despertarse sin más, abrir los ojos
    y contemplar la luz que se deshace
    como miel sobre el mundo"

    ResponderEliminar