jueves, 26 de junio de 2014

DESAFECTO





Tiene que haber un antes para que haya un después. Nada surge de la nada; todo tiene una raíz, un sustento, una tierra en la que fermentar. Se habla mucho acerca del desafecto, ese sentimiento que recorre el mundo como un peregrino, sin grandes alharacas ni exhibiciones. Y es señal de que antes, en su lugar, hubo afecto. De otra manera, habría que hablar sobre desafectos rigurosamente afectados, o sea impostados y no impuestos. Andamos movidos por fuerzas externas, que apenas podemos identificar, como una barquilla sin velas desvelada y entre las olas sola. Las pasiones nos golpean y se recrean en nosotros; el amor nos configura y pervierte. Después, vencidos y desarmados, nos apagamos. Al encendernos, somos otros, levemente desapasionados, fugazmente desamados.
La política no puede substraerse del resto de las pasiones. Regula la vida humana en sociedad y conduce las pulsiones hacia un fin concreto, que es el bien común. Lo que significa ese bien depende de las interpretaciones. Unos lo confían en la consecución de la igualdad; otros en la plasmación de la felicidad, o lo más aproximado, aquí en la tierra; y hay quien también busca la justicia. La política es una actividad diaria, exige implicarse en las cosas públicas, para garantizar el funcionamiento del sistema democrático. Significa estar atento y vigilar la acción de los representantes, velar para que se cumpla la palabra dada, informarse sobre los avatares diarios, pagar los impuestos, cumplir las leyes y exigir que se cumplan. No es tarea fácil; quien así actúa nunca es premiado según lo que su opinión le hace merecer. Lo único que se consigue es la alegría de saber que se ha obrado correctamente, y poco más. Pero hay que confesar que hay mucha gente que espera alguna otra recompensa, otro tipo de reconocimiento. Se olvida que quien trabaja para los demás, también lo hace para sí y para su bienestar.
En tiempo de crisis, los afectos se desanclan, las pulsiones se desbordan, la razón se embota. La desconfianza sustituye a la confianza, la incertidumbre ahoga la certeza, la desesperación toma el camino dejado por la esperanza, y la tristeza, esa oscura pasión, se adueña de los rincones. Se echa la culpa sólo a los políticos, sin reparar en la indiferencia, dejadez y complacencia que se han ido generalizando y estimulando. Ya se sabe, en tiempo de bonanza nada falta; cuando llega la desventura, todo sobra.

El Diario Vasco, 13 de junio de 2014.

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